viernes, 12 de diciembre de 2014

Dia 8: vuelta a Lefkada


La última jornada tiene un montón de sensaciones contrapuestas. Por un lado uno sabe que es el último día, que el siguiente puerto a visitar es el mismo en el que se embarcó por primera vez, etc. La vuelta está cerca y hay también ganas de volver, poder contar el viaje, descansar en casa... Pero también es cierto que uno sabe que va a echar de menos el mar, los días llenos de sol, los paseos por nuevos puertos o islas distintas cada día, la posibilidad de tener nuevas experiencias o vivir nuevas anécdotas. Es todo esto lo que hace que este día sea algo distinto.

Amanecimos tarde, con una actitud cansina e indolente. El pontón de Puerto Spiglia empezaba a estar lleno de actividad, con un montón de barcos ya preparados para salir. Ese día no teníamos intención de adelantarnos a nadie ni de salir pronto ni nada. 

Habíamos llenado el barco de agua y cargado las baterías, aunque queda dicho que comprobamos que en algún momento de la noche habían cortado la corriente que suministraba electricidad suponemos que con la intención de ahorrar. Tomamos algo en la terraza del merendero (me resisto a llamarlo taverna) y recogimos el barco, dimos las gracias y salimos al canal que separa Meganisi de Skorpios. 

Fondeo en Kapali
¿Dónde ir? ¿Qué hacer?... Estábamos cansados, no había que tomar ningún rumbo fijo, el programa estaba cumplido. El día se presentaba soleado e invitaba a disfrutar del mar, así que decidimos pasar la mañana en el mismo lugar donde habíamos pasado la tarde el día anterior, la bahía de Kapali. Esperábamos encontrar el mismo sitio ya que era pronto por la mañana y disfrutar de lo que nos quedaba de sol y de baños en el mar. Allí pusimos rumbo, y al poco, pues estaba cerca, estábamos echando el ancla en unos 12 metros de profundidad en un buen sitio sin amarra a tierra. Todo quedaba dispuesto para una jornada perfecta, donde los aperitivos y las cervezas serían protagonistas en parte por disfrute en parte para agotar provisiones...

Y así transcurrió la mañana. La bahía se iba llenando poco a poco de barcos que iban echando el ancla aquí y allá hasta que encontraban un sitio con el adecuado borneo. El ambiente era calmado y cada tripulación estaba a lo suyo, los más tomando el sol y bañándose, otros buceando y otros dando vueltas con una Zodiac por el contorno... Alrededor silencio, el zumbido de la mosca de Meganisi (pesadas a la hora de comer como en todas partes) ruido ocasional de cadenas y anclas, conversaciones lejanas en varios idiomas. Ese era el ambiente. Todo parecía tan seguro y tranquilo... hasta que vino el ruso.

Un vecino molesto

Efectivamente. A media mañana, cuando Kapali ya mostraba una ocupación apreciable, apareció por la bocana de nuestra tranquila bahía un velero ruso de unos 12 metros. Era nuevo y no parecía de alquiler, puesto que la bandera que llevaba en la popa era la de Rusia. A bordo una pareja curiosa. Él, obeso grande y peludo como un oso con un minúsculo traje de baño muy ajustado y ella muy joven, pequeña y atractiva con un bikini azul y blanco. Más que verle venir todos los que estábamos en la bahía lo escuchamos porque por encima de rumor del motor se oía una estruendosa música pop rusa a todo trapo que nos recordaba a la música discotequera de los 70. El hombre dirigía la maniobra e iba dando instrucciones a la joven que en la proa se limitaba a levantar la tapa del cofre del del ancla y ver como la cadena caía poco a poco al fondo. Su intención era fondear el ancla en pleno centro de la bahía allí donde la profundidad debía estar en torno a sus 20-30 mts o más. Durante toda la maniobra de fondeo la música continuó sonando estridente ahora más amplificada, pues las laderas de las orillas contribuían a que el sonido no se escapase. No parecía que tuvieran ninguna intención de bajarla y cuando hubieron, al parecer, terminado la maniobra, un velero (no recuerdo bien si alemán o sueco) le pidió en inglés que por favor bajara el volumen. El ruso ignoró la petición (la verdad era bastante difícil que escuchara algo) y siguió hablando con la joven de la proa que seguía atenta al fondeo. Como no reaccionaba, hubo una segunda petición, también cortés y educada, pero el ruso seguía sin hacer ningún caso y seguía más atento a otras cosas que lo que le pudieran decir. La música, que era bastante horrible, todo hay que decirlo, convirtió Kapali en un sitio molesto e incómodo. Además, la paciencia del barco increpador terminó por acabarse y empezó a exigir a voz en grito -varias veces- que apagase la música horrible que escupían los altavoces:

“RUSSIA!!!! SHUT UP THE MUSIC!!!!"

Pero el russia no estaba por la labor e ignoraba la petición. Debió pensar que el lugar era adecuado para quedarse definitivamente en el sitio, por lo que empezó a largar generosos metros de cadena para asegurar el fondeo. La joven seguía viendo como la cadena filaba hacia el agua hasta que algo inesperado pasó. La justicia divina debió estar presente y en un momento dado el sonido de la cadena filándose dejó de escucharse aunque no así el molinete del ancla... Lo que sucedió es que la cadena no estaba amarrada a ningún sitio del barco y simplemente se fue al fondo ante la mirada atónita de la joven de la proa. Así de simple. El russia había perdido todo su fondeo. Lo que vino después son idas y venidas del russia a la proa, los dos asomándose al agua como si la cadena se fuera a ver con la profundidad que había y la joven haciendo signos de “y yo que sabía”... Todo esto, por supuesto, sin bajar la música que seguía atronando la bahía... Todos debimos sonreír y nadie hizo amago de ayudar. No les quedaba más remedio que largarse con la música a otra parte y eso hicieron, aparte del ridículo. Nos dirigió una mirada a nosotros específicamente, nos dijo algo en ruso que nos sonó como “No pani” y enfilaron proa hacia la entrada de la bahía con el mismo escándalo con el que vinieron. Todo volvió a quedar calmado, eso sí, con un fondeo más en el fondo aunque no sirviera para amarrar ningún barco. Ahí debe seguir sino ha sido rescatada, cosa que ignoramos.

Los griegos también ven como los rusos cada vez navegan en mayor número por sus aguas. No solo navegan. Nos comentaron que al igual que ocurre en otros lugares del Mediterráneo, son unos activos compradores de viviendas por las islas. O incluso islas enteras como la isla de Skorpios que ahora pertenecen a un magnate ruso.

La última travesía

Después de comer llegó el momento de salir al mar para llevar al Pterelaos a su puerto base y dar por finalizadas nuestras jornadas de navegación. Hacía algo de viento, el normal de todos los días y lucia el sol. después de comer levamos el ancla y saliendo de la bahía pusimos rumbo norte hasta la entrada del canal de Lefkada. Ya contábamos con lo que nos íbamos a encontrar: el canal se iba a convertir en un auténtica carretera de entrada a una gran ciudad un domingo por la tarde, pues era de esperar que todos los barcos que se habían alquilado hacía una semana volvieran a puerto más o menos a la misma hora. Íbamos a vivir un auténtica caravana de barcos.

Para complicar más las cosas, a medida que nos acercábamos a la entrada del canal se levantó un fuerte viento del norte que nos acompañaría durante el resto del viaje. Supongo que el encañonamiento que sufre el viento entre el continente y Lefkada hacen que la fuerza del viento aumente considerablemente. Antes de entrar en el canal, un último baño en las aguas en las que tanto habíamos disfrutado.

Una travesía ajetreada

 Delante de nosotros teníamos un enorme yate italino de más de 20 mts. Detrás un velero holandés de unos 15. Como en carretera hay que guardar una distancia, circular por la derecha y no superar los 4 nudos de velocidad como indica la señal que se puede ver en la fotografía.

Tal como contamos en la entrada correspondiente, el canal esta señalado por unas varillas metálicas en los costados con unos pequeños cuadrados negros también metálicos. Las aguas estaban turbias, por lo que el fondo no se veía, y además proseguían los trabajos de draga que removían el fondo. Lo más complicado era el fuerte viento que soplaba de cara. Nuestro barco, al no tener orza, padecía para mantener el rumbo, siendo necesario corregir continuamente el timón para mantenerlo lo más firme posible. El viento, ahora un poco del noreste, empujaba la proa hacia babor hasta el punto de que fue necesario dar más revoluciones a uno de los motores para hacer la travesía más cómoda. Con esto era más fácil mantener el rumbo.

Canal de Lefkada. Tráfico de vuelta
Pero el problema que teníamos nosotros, lo tenía más acentuado el mega yate que iba delante. Cada vez le costaba más mantener el rumbo hasta el punto de que llegó un momento de que a esa velocidad no podía mantenerlo. Y pasó lo peor que podía ocurrir. En un momento dado se cruzo dando toda una banda al viento y acercándose hacia nosotros de costado. La situación era dramática, porque el yate atravesado no tenía espacio para maniobrar dado que salirse del canal podía significar embarrancar y dada su eslora era lo más probable. Detrás se iban acumulando los barcos (muchos) que venían por detrás. ¿que hacer?. Hicimos lo más prudente. Aprovechar la capacidad de nuestro barco de ciabogar y pusimos de nuevo proa al sur dejando espacio al yate atravesado para maniobrar con más libertad. Al final el barco atravesado se quedo parado en un lateral con media eslora dentro del canal y media fuera, pero detuvo su recorrido dejando un espacio donde se podía de nuevo navegar al norte. No vimos cómo, pero el barco consiguió salir, pues luego lo vimos en la gasolinera.

Y en ese punto, la gasolinera de la marina de Lefkada, es dónde se forma otro pequeño lío. Lógicamente es un lugar de obligada visita a la hora de devolver un barco de alquiler, pues hay que devolver el barco lleno de combustible. y hay una auténtica nube de barcos maniobrando en torno a la gasolinera esperando turno y sin saber claramente a quién le toca. Al fuerte viento que soplaba había que añadir el tráfico de gabarras cargadas de arena de los trabajos de draga que ese día trabajaban. Por ello al llegar al puerto nos encontramos con una nube de barcos que pululaban alrededor del muelle de la gasolinera sin orden ni concierto. Así que tras el desconcierto finalmente atracamos de popa en el muelle, amarraron dos cabos al barco (el viento se encargaba de mantenernos alejados del muelle) y llenamos de gas oil el depósito del Pterelaos. Sobre el precio, simplemente decir que era seguramente el combustible más caro de todo el mar Jónico. La gasolinera sin duda tenía que ser un negocio redondo...

Lleno el barco había que buscar amarre. Teníamos dos opciones: seguir los consejos del propietario del barco e intentar amarrarlo en el puerto viejo (situado más al norte del canal) o hacerlo en la marina. Intentamos lo primero sin éxito, pues el puerto viejo estaba completo. Así que llamada a la marina y petición de amarre que nos dieron pronto. Amarramos sin novedad y así terminó nuestro viaje por el Jónico, en la Marina de Lefkada donde había empezado... Quedaban los trámites burocráticos y dedicar el resto de la tarde y de la noche a visitar Lefkada.

Una tarde en Lefkada

Capitania. Marina de Lefcada
Una vez que un barco de alquiler llega a puerto, hay que hacer unos trámites. Al partir queda  retenido un depósito para cubrir cualquier desperfecto del barco y es a la vuelta donde el propietario o la empresa de chárter revisan el barco para liberar ese depósito. Nuestro propietario llegó al barco, nos preguntó si todo había estado en orden y revisó el barco. A diferencia de la última vez que navegué por Grecia no se revisó la carena. Estuvimos un rato con el propietario y una vez obtenido el visto bueno por su parte, nos dirigimos a la empresa de charter donde hicimos los últimos trámites y comenzamos a planificar las cosas para el día siguiente, día de nuestra vuelta a España.

Cumplidos los papeleos y demás, comenzamos a preparar nuestro último día en Grecia visitando Lefkada, haciendo compras, visitando la ciudad, cenando fuera y planeando tomar alguna copa para celebrar que todo había ido bien. Para ello nos dirigimos a la parte norte de la ciudad con el fin de vagabundear por ella y encontrar la zona con más vida.

Fue allí donde vimos una de las mejores vistas que Lefkada puede ofrecer. Al norte de la ciudad hay una laguna cerrada de agua de mar y paralela a ella hay una calle con muchas terrazas y comercios. La vista que ofrecía ese atardecer era excelente, con el sol poniéndose en el horizonte y reflejándose en el agua tranquila de laguna. De hecho es una de las vistas clásicas de Lefkada y la que más se repite de la ciudad en las guías turísticas.

Desde allí, y callejeando por un montón de calles peatonales se llega a una gran avenida que transcurre del noreste al suroeste donde se
encuentran más comercios y negocios de hostelería. 
Y también mucha animación de gente. Aquí es donde se aprecia la importancia de Lefkada como
ciudad principal de la zona, pues había de todo. Había tiendas de recuerdos, desde la clásica tienda de magnetos de nevera e hinchables hasta algunas tiendas donde se podía conseguir algo más exclusivo. También abundaban las boutiques de ropa, también con mucha variedad y orientadas a todo tipos de perfiles.

Durante este periplo por la Lefkada y entre las calles peatonales encontramos una iglesia abierta. Tenía, como todas las iglesias en Grecia, su gran bandera a la entrada y en el caso de Lefkada su campanario-andamio antiterremotos que afeaba la vista del monumento. Por dentro su luz tenue, sus lámparas colgantes del techo, sus iconos expuestos al culto de los fieles y su pila de velas de cera ardiendo. De nuevo nos llamó su atención la para nosotros extraña disposición interior tan diferente a las iglesias latinas de occidente. Y así transcurrió la tarde, entre compras, paseo y visitas a los edificios singulares que nos íbamos encontrando. Fue esta tarde cuando llegamos a apreciar Lefkada como una ciudad interesante, con actividad y pulso, algo que no se aprecia a simple vista y de pasada
Campanario post-terremoto. Lefkada

La noche

Restaurante Thimary
Como ese día era el último, queríamos despedirnos cenando en un restaurante algo más especial que la clásica taverna de puerto. Preguntamos por la zona y nos recomendaron una cercano, el restaurante Thimary cuyo chef se esforzaba por hacer una cocina algo más elaborada de lo habitual. Así que allí nos dirigimos. El restaurante tenía una terracita con unas cuantas mesas y estaba decorado con cierto gusto. La carta, efectivamente era distinta a lo que habíamos encontrado hasta el momento. Estaba bien surtida de vinos, incluso tenían algún vino español. El servicio era bueno y cada uno pedimos un plato con el fin de apreciar más la variedad de lo que ofrecía el restaurante. Pedimos recomendación sobre los vinos griegos y pedimos dos botellas distintas para probar. Mis amigos descartaron pedir Retsina (como su nombre sugiere, vino con un gusto a resina), así que queda pendiente para otro viaje.

El restaurante nos gustó, el precio era razonable y el servicio bueno. ¿que más se podía pedir? Al final de la comida el chef salió a pasearse por el comedor y departir con los comensales. Agradeció los comentarios que le hicimos y alabamos su helado de genjibre, del que llegamos a repetir. A los camareros les hizo gracia como se decía en español genjibre y lo repetían con dificultad según nos traían la segunda ración. En definitiva una gran velada.

De copas por Lefkada

Durante el paseo habíamos visto un local que nos había llamado la atención. Se trataba de una colorida taberna cubana que estaba en una de las calles adyacentes de la zona comercial. Por las calles el ambiente ya era más tranquilo sin el ajetreo que habíamos visto por la tarde. Después de callejear un poco, encontramos el local que estaba abierto pero sin gente. El sitio nos gustó. La decoración era de una auténtica taberna cubana de las de antes, muy personal y reflejo de su dueño, un músico cubano que había andado por todo el mundo.  Nos contó cómo había acabado en Lefkada, que vivía en Italia una parte del año, de las dificultades de abrir un negocio en Grecia e historias de su vida. Como anécdota contar que, ya por costumbre, nos dirigimos a el en inglés, pero rápidamente nos identificó y nos dijo "háblenme en español, que yo también estoy harto de hablar en inglés". Pedimos una ronda de mojitos y terminamos celebrando el cumpleaños de unos turistas de Munich que entraron el local. Allí dejamos nuestra firma, pues la pared estaba llena de pintadas de gente que había pasado por el local. Un buen sitio para terminar una travesía por el Jónico. Los mojitos, eso sí, tenían un precio algo más caro que en España.

La vuelta

A la mañana siguiente quedaba por hacer un trámite. Había que buscar una tienda de efectos navales para reponer aquel bichero que perdimos en Fiscardo. Había dos posibilidades. Dirigirse a las náuticas de la marina o ir a las tiendas de efectos navales que se encontraban en la calle junto al puerto viejo. Opté por la segunda opción y de paso desayunar por alguno de los numerosos establecimientos de la zona. Encontré una tienda con bastante desorden con una señora que estaba haciendo un poco de limpieza. Por señas le comenté lo que buscaba, pues no hablaba inglés y me dijo que esperara, que su marido no tardaría en llegar y el conocía los precios. Así que estuve en la tienda esperando con un televisor donde había una tertulia política. De nuevo por señas y buscando en la tienda para poder señalarlo indiqué lo que quería. Nos entendimos, porque al final si dos personas quieren entenderse se entienden, y me dio el bichero. Acerté, pues luego en la náutica del puerto pude ver el mismo artículo un 50% más caro. Tanto en Grecia como en España pasa lo mismo.

Solventada esta gestión, quedaba otra y era pagar la noche en el amarre. 35 euros. La verdad que en ese momento me acordé de las tarifas que se cobran en los puertos españoles, especialmente en las Pitiusas.  En esta ocasión me acompañó el propietario de la embarcación que acto seguido se la llevaría al puerto viejo porqué era mucho más barato. En el trayecto me contó de las dificultades que estaba teniendo el con la crisis

De ahí solo quedaba pedir una taxi (lo hizo la oficina de alquileres de barcos) y acercarnos al aeropuerto de Action. Nos quedaba un tiovivo de tres aviones para llegar a Madrid, pues como ya dijimos en los preparativos, no hay vuelos directos a España, a la que llegamos sin novedad. Ojalá algún día vuelva a nevegar por aquellas costas de aguas tranquilas, azul oscuro y muchas islas en el horizonte, el reino del Maistro. Ojalá si tú que lo estás leyendo, lo estás planeando, lo llegues a disfrutar tanto como nosotros.

VALE.

Isla de Lefkada

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